El hombre miraba el presupuesto y me miraba a mí, alternativamente, como queriendo recabar más datos para poder tomar una decisión.
Yo lo miraba a él y pensaba: éste querrá saber si todo lo que le digo ahí es cierto. Si vamos a ser capaces de trabajar y sacar algo en claro cuando ellos no han podido hacerlo. Pensará si sabemos algo de su negocio, si le vamos a cobrar por un trabajo que él sabe hacer o eso pensará él.
Además, recordaba cuando yo tenía su edad y llevaba el departamento de producción. Recordaba los presupuestos que me presentaban y que apenas tenía tiempo para leerlos porque tenía que sacar los pedidos. Recordaba cuando el gerente me preguntaba qué coste había tenido y no sabía qué responderle. Recordaba y me veía reflejado en él, por eso no podía evitar una sonrisa.
- ¿En qué piensas? – me atreví a preguntarle. Él, dándoselas de gerente, aunque con cuarenta años, me dijo que se lo tenía que pensar.
- Me parece bien – le dije – Pero si tienes dudas de si lo vamos a conseguir, sólo mírame las canas.
Por supuesto que hicimos el trabajo y nos hicimos buenos amigos del gerente. Pasados los años, un día me confesó que aquello de las canas le dejó impresionado y fue la espoleta que le hizo decidirse. Ahora tiene cuarenta y cinco y algunas canas también. Y cuando tiene que tomar una decisión sobre alguna consultoría, en lo único que se fija es en si tienen canas.
Es lo mismo que decir que más sabe el diablo por viejo que por diablo. A veces… Perdón. Siempre, la experiencia prima sobre la técnica. Eso me ha costado toda una vida aprenderlo y ahora que la vida me ha regalado estas canas, he quitado lo de “ingeniero industrial” que resulta demasiado ostentoso en las tarjetas y pongo… “Consultor con canas”.